miércoles, 30 de diciembre de 2015

Las dichosas listas


     "Ante ciertos libros uno se pregunta:
     ¿Quién los leerá?
     Y ante determinadas personas uno se pregunta:
     ¿Qué leerán?
     Y al fin, libros y personas se encuentran."
     André Gidé

     Nos gustan las listas, reconozcámoslo. Nos encantan. Y las tenemos para todos los gustos. Está la lista de la compra, las de los más vendidos, la de tareas pendientes, de niños incluso hacemos listas ordenando a nuestros amigos de mayor a menor o justo al contrario. Y en esta época del año, aparecen las listas de los mejores libros. En la última quincena de diciembre hay un goteo incesante de listas de libros hechas bajo un criterio u otro que nos cuentan los libros que deberíamos haber leído, o los que debemos leer durante el año entrante hasta que salga la nueva lista. De hecho, si todo el mundo leyese esos diez libros anuales estoy segura de que mejoraría el índice de lectura de nuestro país.

     Estamos en plena época de listas. No hay más que entrar en una red social para encontrar a tal escritor o editorial retuiteando una lista mientras otro lo hace con una en la que salen libros que bien podrían ser de otro país, o incluso universo. Y no me parece mal, para gustos los colores, aunque suele extrañarme la escasez de coincidencias. Además eso me hace plantearme cuál es el criterio que debería de seguir. No hablo de "los libros que más me han gustado" esas van por otra vía, normalmente coinciden con los más vendidos que hemos ido viendo y hay títulos que son prácticamente fijos, un best seller y tal vez uno de esos que llaman long seller. Esas no. Yo hablo de las otras, las de los mejores del año, que aparecen bajo un criterio y seriedad.

     Este año me ha llamado la atención que apenas aparezcan libros de los tres primeros meses, por ejemplo. Sobre todo porque muchos salieron recibiendo todos los elogios del mundo por obra y gracia de las benditas fajas y ahora casi nos sorprendemos por no ver a Trueba, Eco u Ospina en esas listas. Ya no por pensar si es su lugar merecido, no... lo que realmente se pregunta uno es cómo es posible que quien afirmaba "es el libro del año" lo haya olvidado con tanta facilidad para dejarse caer en esa euforia del último trimestre literario. He echado de menos esos nombres tanto como a Houellebecq, no he visto premios, que por algo se darán, en casi ninguna de estas listas, lo cual viene a confirmar que no nos fiamos de premio alguno. Ni siquiera "La luz que no puedes ver" ha resistido el envite de otros cuyo nombre nos suena desde hace mucho menos tiempo. Hay excepciones, por supuesto, pocas y de uno o dos títulos.
     Me faltan de forma llamativa los grandes nombres recordados tan sólo a la hora de encabezar la carrera de apuestas a los Nobel, y eso hace que me pregunte bajo qué criterio se defiende el nombre de un autor cuyos títulos jamás aparecen entre los mejores del año. ¿No será acaso que nos dejamos llevar por lo rimbombante y la pompa que parece rodear a un nombre, intentando absorber un poco de su supuesto halo y por eso lo citamos? De no ser eso, alguien tendría que explicarme como Murakami encabeza esas listas de apuestas, y no lo he visto aparecer en las de lo mejor de 2015, porque sinceramente, no lo entiendo. Creo que me empiezan a confundir los criterios que no sirven para lo mismo dependiendo de la época del año. Porque nadie esperaba ver a Harper Lee en estas listas, de eso no cabe duda, pero personalmente hay algún nombre que me ha sorprendido ver repetido en varias. Y luego las modas... no veo poesía ni tampoco, y lo siento mucho, novela negra en estas listas (aunque estos últimos han sido capaz de suplirlos haciendo listas propias, chicos listos, que la novela negra, nos gusta y se vende).

     O tal vez sea que este año no ha sido un gran año literario, que si nos ponemos a pensar en nuestra propia lista se convierte en un trabajo sesudo de descarte porque no somos capaces de decir inmediatamente siquiera dos títulos seguidos. También puede ser así. Y entonces lo que no entiendo es cómo nos dicen que la industria se recupera, que se venden más libros y que se lee más. No entiendo cómo de ser esto posible los lectores no sucumbimos al desencanto y dejamos de leer... a no ser que lo hagamos por pura diversión, en cuyo caso de poco nos sirven también estas listas. Que las quiten, que ya tenemos las de los más vendidos. Es más, yo propongo que se quemen esas listas, que desaparezcan, que no permitamos que nos hagan pensar que el gran trimestre literario el el tercero sólo basándose en la fragilidad de la memoria, mientras luego en otros lugares se protesta porque precisamente en esta época no hay grandes novedades ya que es Navidad...
Que será por rubia, por novata o porque presto poca atención, pero de todas las listas, me quedo con la de la compra, ni siquiera la de buenos propósitos que ya no hago sabedora de que no la voy a cumplir. Que mis mejores lecturas son las de los libros cuyas frases me apunto en mi cuaderno lector. Y que si vista esta entrada queda claro que el deporte nacional es criticar, el segundo lo es el cotilleo. Y tal vez sea únicamente esa la labor de esas listas, que las leamos y critiquemos, que comentemos y digamos lo malos que son todos o sólo algunos de sus componentes. Así que seguid, seguid haciendo listas.

     En fin, listas y más listas hechas por quienes saben de literatura, con criterios de fiar. Listas que no terminan de gustarnos, con grandes ausencias y algún infiltrado, listas por un tubo en realidad. Pero como comentaba esta misma semana, no todo es que te digan dónde ir, también nos hace falta que nos digan los lugares que no merecen la pena. Así que... sin listas ¿qué libro de este 2015 no recomendaríais bajo ningún concepto?

     Gracias

    PD: Prometo no hacer una lista de desrecomendados.

lunes, 28 de diciembre de 2015

El primer hombre malo. Miranda July


     "Conduje hasta la consulta del médico como si fuera la protagonista de una película que Phillip estuviera mirando: ventanillas bajadas, cabellos al viento, una sola mano en el volante. Cuando frené ante el semáforo en rojo, continué mirando misteriosamente al frente.«¿Quién será? -puede que se pregunte la gente-, ¿Quién es esa madurita del Honda azul?» Crucé a paso tranquilo el aparcamiento del edificio, entré en el asecnsor y pulsé «12» con dedo indiferente y amante de la guasa; la clase de dedo que está dispuesto a todo."

     Negro y rosa, título llamativo y me lancé a la lectura sin tener del todo claro de qué iba la trama. A veces lo hacemos supongo, al menos a veces yo sí que lo hago con mayor o menor tino, para qué mentir. Hoy traigo a mi estantería virtual, El primer hombre malo.

     Conocemos a Cheryl, una mujer de cuarenta y tantos que trabaja en un puesto medio/alto en una empresa que enseña defensa personal a mujeres y vende vídeos aplicando esas técnicas de defensa al fitness. Enamorada platónicamente de un compañero de trabajo llamado Phillip, llega una vida solitaria y marcada por unas normas que la impidan dejarse caer en esa soledad que se manifiesta en forma de un bulto en la garganta que la impide llorar y, en los peores momentos, incluso tragar. Cheryl parece ir por la vida mirando niños, para descubrir si son esa suerte de hijo que debió tener y que la dice que ha nacido una vez más, pero no de ella, mientras usa a su compañero como fuente de fantasías. Sin embargo, cuando recibe a una huésped del todo inesperada llamada Clee, su vida se ve sacudida desde los cimientos.

     El primer hombre malo es un libro complejo y extraño que se mueve con soltura dentro de lo políticamente incorrecto. Es divertido y angustioso, casi desgarrador, pero sin por ello buscar la lágrima del lector. De hecho, uno de los grandes aciertos para conseguir esa dualidad entre terrible y divertido, se basa en que el narrador sea la propia protagonista. Eso hace que no la veamos tan patética como seguramente la considera su entorno, nos dejamos seducir por sus palabras y sin darnos cuenta comenzamos a formar parte de su propia fantasía. Hasta un límite, claro. Del mismo modo que comienza a hablarnos de esa mujer pelo al viento, empezamos a ver como afloran sus canas, sus grietas, y la vemos resquebrajarse justo delante de nosotros. Porque es de eso justamente de lo que trata el libro, de Cheryl. Esta mujer de mediana edad que es superviviente de su propia vida en la que lo más apasionante que puede sucederle es fantasear con su compañero de trabajo, recibe a una mujer joven llamada Clee casi por obligación en su casa. Una huésped que toma posesión de su sofá y de parte de sus costumbres sin consideración alguna: grosera, maleducada y mal aseada, podríamos pensar que será lo que la protagonista necesita para reaccionar y hacer algo en su vida... pero no, no van por ahí los tiros en esta novela. En realidad sirve como modelo de exploración personal, y como detonante para mirar con otros ojos todo el entorno de Cheryl y las relaciones cruzadas que se producen, ninguna del todo correcta, ninguna convencional: como la vida misma parece decirnos la autora.

     Cualquier persona expuesta bajo una lupa puede ser la protagonista de este libro: con sus lados tristes y patéticos, sus pulsiones sexuales, su grado de acomodación y también sus filias y fobias que evita como puede diariamente. Y sí, también con esa parcela de fantasía. En el caso de Cheryl, pronto descubrimos que en realidad es un personaje gris, tan poco valorado en su entorno como se valora ella misma. Y la autora arriesga y entra de lleno en el plano sexual, sin ser por ello una novela subida de tono en absoluto, y mezcla realidad (el deseo por su compañero de trabajo) con fantasía para mostrarnos a una mujer que comienza tímidamente fantaseando con un hombre algo mayor, para hacerlo después como partícipe u observadora de las relaciones que él mantiene... y abre una puerta con ello. La fantasía se cuela en esa zona compleja de su cabeza y pasa de lo masculino a lo femenino, de la violencia a lo físico, y mezcla realidad y fantasía siguiendo una senda que a buen seguro nunca imaginó. Cheryl es un gran rompecabezas humano que se hace y deshace girando sobre sí mismo, cuya angustia en forma de bola se va derritiendo a medida que se explora y busca su sitio.
No os diré si lo encuentra, por supuesto.

     El primer hombre malo es un libro que, estoy segura, no ha sido fácil de escribir. Si algo destilan sus letras es honestidad, y eso hace que se quede durante mucho tiempo en la cabeza del lector. Pocas veces uno se tropieza un libro sabiendo que será diferente bajo cada mirada, y en este caso tampoco me cabe duda de ello. Cada lector y, sobre todo, cada lectora, recibirán una versión diferente de Cheryl. Puede ser la más parecida, pero también la más llamativa, la que se les antoje más extraña o la que despierte miedos, eso no lo sé. Pero seguro que donde yo hablo de un peculiar sentido del humor, y de un sentimiento cercano a la lástima, otros lectores recibirán una imagen completamente diferente. Y me encantará comentarlo, de hecho, esta es una de esas lecturas para comentar, para tirar del hilo y seguir.

     Estoy segura de que muchos estáis sorprendidos de que no sea una novela negra con el título que tiene. Pero los títulos, al igual que las cubiertas, a veces engañan, ¿cuál ha sido el último libro por cuyo título os dejasteis llevar y resultó ser algo completamente diferente?

     Gracias

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Felices Fiestas


     Gracias por un año estupendo, por venir, por contar, por hablar en cada espacio, en cada red. Por cada libro recomendado o no. Gracias por estar ahí.

Felices Fiestas

lunes, 21 de diciembre de 2015

Noir. Robert Coover


     "Estás en el depósito de cadáveres. Donde hay una luz extraña. Sin sombras, pero como en negativo, como si la luz misma fuese sombra, al revés. Los fiambres no están a la vista, temporalmente archivados en cajones como datos de carne, congelados a su propia temperatura desangrada. Sus historia s no han concluido, sólo que ellos no podrán leerlas. En tu oficio, no es tanto un lugar donde las cosas terminan como un sitio en donde empiezan."

     Hace un par de semanas leí mi primer libro de Coover, se puede ver en el blog el tiempo que hace que saqué Pinocho en Venecia. Lo dije ya entonces, me había encantado y pensaba repetir sin tardar. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Noir.

     Conocemos a Philip M. Noir, detective privado en un sórdido New London. Un hombre ajado con un despacho compartido por su secretaria Blanche, la que pone las cosas en orden. Recibe la visita de una mujer viuda, que quiere saber quién es el responsable de la muerte de su marido y evitar de paso morir ella. Tras aceptar el caso buscará informadores, bares y sombras, seguidor por Blue, acechado por una viuda que pronto aparece muerta.

     Noir es una novela negra, debería de comenzar diciendo. Hay un crimen, hay un detective, un policía y un misterio. Una ciudad fea, muchos malos, confidentes, copas, peleas, más confidentes, algún filete de lomo, más bares y, como no, mujeres. De esas que tiene que haber en todo clásico del género. Pero decir todo eso no deja de ser repetirse en los clichés de las historias de detectives mal afeitados y de ropa arrugada, y eso lo sabe Coover y lo utiliza en su novela. Porque de eso va realmente Noir, con esa narración en segunda persona que se clava en la retina del lector desde las primeras frases, cortas, certeras, visuales. En esta novela está todo medido, desde la atmósfera hasta los nombres de los personajes, pasando por la longitud de esas frases. Y el resultado funciona, qué duda cabe.

     Coover nos deja una novela sobre tipos duros del cine más clásico. Cada página nos suena por haber visto algo similar, solo que Coover lo revisa, lo enlaza consiguiendo ironizar sin parodiar, convirtiendo esta novela en la retorcida broma de un genio de las letras. Porque hay que ser muy bueno, para permitirse un libro como Noir y salir airoso de él. Jugar con un lector que se divierte tanto como posiblemente el autor mientras concebía el juego. Saltar por esa prosa casi fragmentada que parece divertirse con el desconcierto que provoca su comienzo, y no necesitar hacer equilibrios para no perderse. Buscar la expresión más baja, el juego, la historia de esa amante, ahora prostituta, que dos hombres llenaron de tatuajes para contarse una historia que se convirtió en obra de exposición. Y no pensar si viene a cuento detener una huida para que la veamos, porque sabemos que debemos verla aunque no nos importe el motivo porque Coover ya ha conseguido que nos subamos a su diabólico tren.
     La ambientación es casi literal. La novela está plagada de referencias a la luz y las sombras que no hacen más que acentuar esa sensación cinematográfica de la que hablaba al principio, logrando que visualicemos cada escena como un capítulo en blanco y negro. Las calles oscuras, las lámparas luminosas, la ropa interior blanca, las sombras negras y la tinta... también. Y aún no he hablado lo suficiente de su protagonista, tan ajado y cansado como le corresponde y a su modo desconectado de los avances de un mundo moderno cuando aún no era moderno. Un hombre tan capaz en sus actitudes como desorganizado en sus aptitudes que persigue la sombra de un caso, el velo negro en realidad, del que olvidó hacer demasiadas preguntas tal vez ocupado mirando las piernas de aquella viuda que un día entró en su despacho. Una vez más una suma de clichés capaz de construir al protagonista perfecto para esta historia cuya trama se desarrolla hasta la última página, dejándonos un final que, por usar palabras del propio autor, tienes clara una cosa: "nada podría haber ocurrido de otro modo. Estás, concluida la partida, donde debes estar." Pero claro, eso lo sabes una vez finalizado el libro, y yo no os lo voy a explicar.

     Noir es una novela divertida, un inteligentísimo homenaje retorcido a un género ahora de moda, que serpentea jugando a montar y desmontar clichés para deleite del lector. Lo sigo diciendo, Coover es un descubrimiento.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias

sábado, 19 de diciembre de 2015

Amor por las letras


     "Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros."
     Bioy Casares

     Tiene algo de erótico la relación que existe entre un lector y un libro. Ese pasar las páginas apenas rozándolas con la yema de los dedos, acariciando las líneas, las formas del libro antes de abrirlo. Hay un tipo de sensualidad no dicha en la forma que cada uno tiene de saborear las palabras, paladear las letras, recorrer con los ojos velados por la emoción las líneas de una historia, acaso con un nudo en la garganta levantando la vista para rememorar lo ya vivido antes de seguir adelante. Esa manera tan peculiar con la que percibimos el olor de un libro, aguzando el oído para poder disfrutar de ese crujir característico de un lomo nunca abierto, tal vez acercándonos aún más a él, anticipando el placer que sabemos nos va a provocar. Y acaso tengamos suerte y podamos sentir con los primeros párrafos ese cosquilleo familiar de quien sabe que está en palabras seguras, en abrazos de letras que buscaremos una y otra vez en los estantes de bibliotecas y librerías. Porque los lectores nos enamoramos, compartimos sueños de la forma más literal posible con aquel título que nos desvela al llevárnoslo a la cama, y buscamos cada hueco para poder avanzar un poco más, escondiéndolo incluso de las miradas ajenas como si fuera un amante furtivo del que sólo nosotros queremos disfrutar.
     Y como somos egoístas, a veces no lo compartimos. Si nos ha llegado realmente al alma, nos resistimos a ello, tal vez de forma egoísta o simplemente por el temor de no verlo apreciado por quienes nos rodean en la misma medida que nosotros lo hicimos. Como si su lectura, mucho más superficial (de eso no nos cabe la menor duda) fuera una ofensa hacia aquellas letras escritas acaso hace cientos de años. O, y esto sucede porque cada amor es diferente, lo paseamos gritando a los cuatro vientos las virtudes de lo que allí sucede, sin mostrar sus letras, guardando sus secretos... y se produce entonces otro placer egoísta, el que reside en recoger los halagos de aquello que recomendamos hasta quedar afónicos. Y no sabemos cuánto nos expone haberlo hecho, porque lo volvemos a disfrutar con cada lectura ajena que ha provocado sensaciones parecidas a las nuestras. O tal vez sí, y nos da igual.
 
     Tiene algo de primer amor ese primer libro que sabemos ahora no nos gustaría porque fue leído tal vez con 13 o 14 años, y que conservamos siempre, acaso a la vista, y que no releemos por miedo a no encontrar las mismas virtudes que una vez nos hicieron soñar. Los lectores, los que nos perdemos como yo hice ayer, y tal vez haré mañana, en lugares polvorientos de libros de segunda mano, tenemos mucho de románticos y miramos los libros como quien mira a los ojos de las personas intentando saber si en ellos reside alguna pista de los secretos que tienen que contarnos. Y entonces nos acercamos y nos los llevamos deseosos de comprobar que no nos decepcionan. Y nos sumergimos sin red entre sus páginas, no podría ser de otro modo para que esas lecturas nos levantaran pasiones o decepciones. Cada vez que un lector dice que un libro le ha decepcionado es por una esperanza marchita, una ilusión ajada, un amor perdido. Aunque lo vistamos bajo el nombre de expectativa. Por eso a veces nos enfadamos y tiramos un libro, lo maltratamos de la peor forma que es dejándolo a medio leer, olvidado en un estante, entre tantos otros.

     Hay algo de temor también a la hora de acercarnos a ciertos nombres, a ciertos títulos. Autores que nos parecen casi inalcanzables, como nos lo parecen también otros tantos nombres de clásicos o acaso modernos. Incluso poesía. Y miramos de lejos pensando en conocerlos, pero no nos atrevemos a mirar dos veces, por si no nos gusta, por si no llegamos, por si no nos llega. Por si acaso ese amor no era para nosotros.

     Tiene el lector también algo de enamorado que espera la llegada del siguiente título de quien ya le conquistó. Y está pendiente como lo estuvo aquel protagonista en la estación de la llegada de su otra mitad, solo que lo estamos de anuncios y catálogos, de traducciones y reediciones. Y buscamos con la mirada encendida en las mesas repletas de nombres hasta encontrar aquel al que estamos esperando. Y leemos un párrafo, despacio, saboreando cada letra en la punta de la lengua... y volvemos a empezar.

     Dicen que el romanticismo ha muerto, tal vez lo haya hecho en alguna de sus acepciones. Pero los lectores, los verdaderos lectores que somos capaces de reír y llorar, de suspirar y enfadarnos... esos seguimos teniendo un corazón que late con gotas de tinta. Y por eso, lo único que necesitamos es que quienes escriben, quienes realmente sienten la pasión por contar historias y hablar de otras vidas y otros mundos, lo sigan haciendo.

     Por favor, seguid escribiendo para que nosotros sigamos amando las letras.

     La pregunta de hoy es sencilla, ¿Estáis a la espera de algún libro?

     Gracias

viernes, 18 de diciembre de 2015

El laberinto azul. Douglas Preston y Lincoln Child


     "La majestuosa mansión de estilo Beaus.Arts de Riverside Drive, entre las calles Ciento treinta y siete y Ciento treinta y ocho, a pesar de estar muy cuidada y en perfecto estado de conservación, parecía deshabitada. En aquella tarde tormentosa de junio no se recortaban siluetas en el mirador que daba al río Hudson, ni se filtraban resplandores amarillos en las galerías; la única luz visible era la de la entrada principal, que iluminaba la vía de acceso bajo el pórtico."

     Todos tenemos nuestros pequeños vicios, unos más confesables que otros. Incluso dentro de un vicio, muchas veces aparece otro. Ese es el caso de la literatura. Todos tenemos algún autor, saga o género que sabemos que nunca será merecedor del Nobel, pero nos gusta. Bien, pues por eso hoy traigo a mi estantería virtual, El laberinto azul.

     Cuando llaman a la puerta del agente especial del FBI Aloysius Pendergast, poco puede imaginar que se encontrará con el cadáver atado de su hijo Alban. De este modo comienza una cruzada para descubrir al asesino de su hijo, pasando si hace falta por encima del policía encargado del caso.
Pronto le queda claro que hay dos cosas que marcan la muerte de su hijo: la primera su apellido  y la segunda... ha sido ejecutado por profesionales.

     La saga Pendergast lleva mucho tiempo en mercado, de hecho a libro por año poco o nada cuesta hacer las cuentas para saber el tiempo que este dúo de escritores llevan dejándonos conocer las aventuras de tan singular agente. Y es que, lejos de buscar alguien revestido de normalidad y con un rasgo o dos característicos, Pendergast es diferente en todo. Los autores decidieron que sería singular tanto en su vida, como en su aspecto. Y eso hace que viva en lugares llamativos, su físico sea reconocible incluso con el sempiterno traje negro tan propio del FBI, pasando por sus modales, educación, acento y cuenta corriente. Así que si ahora digo que vive con una mujer de edad indeterminada llamada Constance, con la que no mantiene ningún tipo de unión sentimental ni carnal, tampoco debería de causar extrañeza.
     Cada libro, y este no es una excepción, encierra un caso, y salvo excepciones que ya vienen marcadas por los autores como trilogías, todos tienen un desenlace cerrado que permite acercarse a la saga sin haber leído los anteriores. Evidentemente, yo recomiendo empezar por el principio, porque hay personajes que se repiten a lo largo de los libros, como es el caso de un policía newyorkino y su chica.

     Los autores consiguen una vez más un libro homogéneo en el que no se nota la escritura a cuatro manos, con una historia dinámica en la que dejan unas migajas de sus protagonistas habituales para que el lector pueda ir recomponiendo su historia personal. es cierto que en las últimas entregas dejan algún dato más de los habituales, pero también lo es que si vamos uniendo todo lo que sabemos, nos queda claro que seguiremos con la intriga sobre la naturaleza de Pendergast... y también que seguiremos leyendo.
     En cuanto a la trama, esta vez es un poco más atropellada, menos elaborada de lo que nos tienen acostumbrados, pero el libro sigue manteniendo ritmo y da poco descanso entre sus páginas. Eso hace que sigan siendo una de mis opciones habituales, cuando busco puro entretenimiento o descansar entre lecturas densas.

     En definitiva, El laberinto azul es un libro francamente entretenido para pasar unas horas desconectado del mundo. Una buena opción para quien no vemos esas series de televisión policíacas.

     Y vosotros... hoy cambiamos de tercio, ¿seguís alguna serie de tv? quién sabe, lo mismo me animo.

     Gracias

jueves, 17 de diciembre de 2015

En el corazón del mar. Nathaniel Philbrick


     "Como una gigantesca ave de rapiña. el barco ballenero recomentaba perezosamente la costa occidental de América del Sur, zigzagueando en un mar de aceite lleno de vida. Porque eso era el océano Pacífico en 1821: un vasto campo de depósitos de aceite, depósitos con venas por als que corría sangre caliente, los cachalotes."

     A estas alturas todos conocemos la historia de Moby Dick, muchos incluso la hemos leído. Me llamó siempre la atención eso de una ballena asesina destructiva hasta el límite de hundir un barco, por eso no pude resistirme cuando descubrí este título: tenía que leerlo antes de ir al cine a ver su adaptación. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, En el corazón del mar.

     A partir de las versiones de dos supervivientes a la tragedia del Essex, la de un arrogante primero oficial Owen Chase y otra del grumete Nickerson,  Philbrick reconstruye los sucesos que dieron lugar a la monumental novela Moby Dick.

     Dicho así es muy escueto, así que es mejor comenzar por el principio: el Essex existió. Fue un barco ballenero de 27 metros y efectivamente capitaneado por George Pollard, que en el año 1820 sufrió el ataque de un cachalote en el océano Pacífico provocando su hundimiento. Philbrick en este libro de no ficción, recoge versiones proporcionando información sobre lo allí sucedido, pero amplía un poco más la historia. Nos habla de la isla de Nantucket, como se forma por gentes que buscan un lugar donde plantar y tener rebaños para vivir tranquilos, y cómo esas gentes tienen que terminar por mirar hacia el mar. Personas normales que poco a poco comienzan a cazar ballenas y que, generación tras generación, van depurando sus técnicas y ampliando sus zonas de caza, consiguiendo finalmente barcos preparados para pasar varios años fuera. Nos habla de una isla pequeña, de sus pobladores y cuáqueros convertidos en famosos hombres de mar dando un retrato francamente interesante de una forma de vida muy distinta a cualquier otra que hubiera visto hasta ese momento. Un lugar en el que el mayor orgullo es ser marinero y también el modo de vida que más bajas causa; un lugar en el que las mujeres pasan solas años para luego tener a su marido apenas tres meses en casa... si regresa. Y a través de la historia de esta isla nos va acercando al Essex y mostrando al lector cómo se prepara para ese viaje que todos conocemos.
     El autor consigue un equilibrio entre las versiones a la hora de contarnos lo sucedido, de tal modo que tenemos una idea muy aproximada de cómo se va desarrollando el viaje. Lo hace además con un estilo lo suficientemente fluido como para que la novela no quede varada en largas descripciones, pero aportando a la vez un sin fin de datos que desconocemos. Nos adentramos en la historia y, efectivamente el barco se hunde a unas 2.000 millas de la costa a la que decidirían dirigirse, provocando que 21 de sus tripulantes abandonaran el barco en tres botes y sin apenas comida ni agua en ellos. Esta es la parte fuerte del libro, la odisea por sobrevivir que finalizaría pasados más de 90 días. En ese momento se encontraría a un total de ocho marinos, deshidratados, confusos y al borde de la muerte, y se descubriría una lucha encarnizada por la supervivencia en la que no falta el canibalismo.

     La historia es francamente interesante, y el autor explica el por qué de las decisiones tomadas (algunas en las que el mundo parece mostrar su ironía más cruel por las consecuencias finales que provoca). Seremos espectadores privilegiados de esta terrible gesta a través de una novela apasionante de la que es imposible apartar la mirada. Descubriremos de este modo que los botes evitaron unas islas cercanas por miedo al canibalismo (de ahí mi comentario sobre la ironía cruel), veremos cómo llegan a una pequeña isla y también que unos pocos hombres deciden quedarse en ella en lugar de seguir su odisea por alta mar en un libro que puede parecer más una novela de aventuras que un relato de no ficción, pese a que la documentación del autor se intuye magnífica y muy cuidada.

     En el corazón del mar es el reflejo de esa frase que dice: la realidad supera a la ficción. Una apasionante historia que ha sido un placer descubrir y a la que os recomiendo dar una oportunidad. No solo ha sido un grata sorpresa, sino que además ha resultado una gran lectura.

     Ahora que sabemos de su adaptación a la gran pantalla, ¿vosotros sois de los que corren a leer un libro antes de que se estrene la película?

     Gracias

     PD. Os dejo el tráiler


martes, 15 de diciembre de 2015

La costilla de Adán. Antonio Manzini


     "Eran días de marzo, días que regalaban destellos de sol y promesas de la primavera que estaba por venir. Los rayos, aún tibios, incluso fugaces, colorean el mundo e invitan a la esperanza.
     Pero no en Aosta.
     Había llovido toda la noche, y las gotas de aguanieve habían martilleado toda la ciudad hasta las dos de la madrugada. Luego la temperatura había descendido varios grados y claudicado ante la nieve, que cayó en pequeños copos hasta las seis, cubriendo calzadas y aceras."

      Cuando leí el primer libro de Manzini, Rocco Schiavone, su protagonista me ganó a golpe de incorrecciones. Alejado de su querida Roma, recluido en un lugar frío y, para él y sus zapatos, inhóspito disparaba más dardos verbales que balas, convirtiendo su carácter misógino y pendenciero en una seña de distinción francamente divertida. Por eso cuando vi que salía su segunda novela no me lo pensé. Y cuando descubrí el acierto de la editorial al colocar unos zapatos Clarks en la cubierta, me traje el libro a casa con una sonrisa anticipada. Hoy traigo a mi estantería virtual, La costilla de Adán.

     Una mujer acude a la casa en la que trabaja y encuentra todo revuelto, cree que han robado. Cuando acude Rocco al lugar encuentra a la propietaria ahorcada colgando de la lámpara y el piso revuelto. Rocco habla con un atribulado marido y comienza una investigación en la que hay cosas que parecen no cuadrar mientras su vida personal se ve sacudida por demonios del pasado.

     Manzini se mueve en esta ocasión en dos líneas: una primera que es el caso que Rocco tiene por delante para investigar, y la segunda que será ese fantasma del pasado que nos servirá además para conocer un poco más a Schiavone y las circunstancias que le hicieron terminar en un lugar como Aosta. El autor evoluciona a un protagonista que parece más adaptado al lugar y sus gentes de lo que está dispuesto a reconocer, y quizás por eso en algún momento él mismo se cabree aún más. Deslenguado, machista, pendenciero y con una línea legal un tanto difusa, es un personaje con estilo propio que se disfruta desde las primeras páginas con una sonrisa en los labios. Porque sí, a mi me hace reír con sus salidas de tono y su carácter permanentemente en queja. Y también, para qué negarlo, pensando en la paciencia que han de tener quienes le tratan a diario para no sucumbir a los deseos de estrangular a alguien tan impertinente. Porque no le gustan los regalos, ni los niños, ni los asesinatos, ni las fiestas, ni la gente... y no es capaz de mantener cerrada la boca.
   
     La trama es bastante sencilla y el autor no parece esforzarse demasiado en complicarnos la vida a la hora de buscar al culpable, ya que parece quedar como una simple excusa para seguir desarrollando y evolucionando a su personaje principal. De hecho salimos de este libro conociéndolo mucho mejor, incluso con la sensación de empezar a apreciarlo. No obstante tengo que decir que es entretenida y está bastante bien rematada, sin flecos molestos. La segunda línea argumental, bastante más dura en el fondo y superficial en cuanto al número de hojas dedicadas, es un derechazo al lector y al propio protagonista que se convierte en un acierto que otorga ese golpe de agilidad a un argumento hasta ese momento tranquilo. Al igual que ya sucediera en Pista Negra, esta segunda línea más personal, es incorrecta, más violenta (en este caso en el sentido más estricto de la palabra) y con un trazo mucho más personal.
 
     Antonio Manzini nos deja una segunda entrega protagonizada por Schiavone francamente entretenida que finaliza con la promesa de una saga a la que le queda mucha vida por delante. Muchas veces me he quejado de los detectives o inspectores que protagonizan las novelas negras y que parecen partir ya desgastandos por el uso incluso en las primeras entregas. Bien, aún quedan autores capaces de demostrar lo contrario.

     Y vosotros, ¿cuál es vuestro detective de ficción favorito?

     Gracias

lunes, 14 de diciembre de 2015

Pinocho en Venecia. Robert Coover


     "Una noche de invierno del año 19__, tras un arduo periplo a través de dos continentes y casi los mismos siglos, y perseguido por un clima severo que amenaza con empeorar, un avejentado profesor emérito de una universidad americana, abrumado por la enfermedad, el jet lag, grandes dudas y un exceso de equipaje, se apea junto con sus tribulaciones en un andén ferroviario de la que muchos sostienen es la ciudad más mágica del mundo, experimentando no tanto esa llamarada de terror que se dice sufren los iniciados cuando la luz de una imagen de belleza eterna cae sobre sus ojos, como más bien ese escalofrío que recorre a los viajeros solitarios cuando se encuentran en el lugar y momento equivocados."

     Cuando ya tenía decidido comenzar por La hoguera pública del mismo autor, abrí este libro y leí ese primer párrafo que es una única frase, con la que comienza la historia. Y fue un amor de esos a primera vista, que no requieren más palabras ni sinopsis y que tampoco tienen mucha más explicación. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Pinocho en Venecia.

     A estas alturas todos conocemos el cuento de Pinocho, aunque tal vez lo que conozcamos sea la versión edulcorada que nos ha ido llegando con el paso del tiempo y que relata la historia de este personaje asociado a esa hermosa ciudad que comienza siendo madera, y finaliza siendo niño. El cuento real, creo que conviene explicarlo, es mucho más cruel, y alejándose de las fábulas que comenzaban a aparecer en su época, nos presentaba a un protagonista que elegía mal una y otra vez al que no le quedaba más remedio que ir aprendiendo de sus errores. De hecho, al verdadero Pinocho, ni siquiera le gustaba tener a un Pepito Grillo diciéndole que se equivocaba.
     Bien, este es el protagonista que recupera Coover como un viajero de regreso a Venecia, como un viejo profesor que enderezó su vida y que espera finalizar su obra magna, Mamma, dedicada, como no podía ser de otro modo, a una mujer con el cabello de color azul que le dio la vida. Poco espera este viejo profesor, advertido ya en la misma estación por una suerte de sentimiento premonitorio, que este regreso será también una vuelta a algunos de esos momentos ya casi olvidados de tantos años atrás.

     La escritura de Coover es muy particular. Dotada de una belleza estética en las formas a grandes ratos terrible, esconde en muchos párrafos actos crueles o tristes de una forma desmedida en la que chocan ambos conceptos. Pinocho en Venecia es una obra que trata, en efecto, de Pinocho y de Venecia. Una Venecia hermosa, descrita como un lugar en decadencia, cercana al fósil,  que lejos de presentarse en esplenodoros atardeceres, nos habla del frío invierno y la nieve para no regalarnos hermosas postales de su gran plaza cubierta por un manto blanco. Venecia es observadora de sus borrachos y estafadores que darán a nuestro protagonista no sólo una bienvenida de lisiados, sino que le proporcionarán un verdadero tour por la vida que olvidó. Y también trata de Pinocho, famoso burattino convertido en niño que es ahora un anciano incapaz de dar el toque final a su última obra pese a tener ya unas cuantas a sus espaldas. Una obra cuyo último capítulo se le resiste y que decide venir a recuperar a esta ciudad. Aquí, en Venecia, se encontrará con viejos conocidos, el primero Lido, Alidoro, recorriendo de este modo episodios pasados mientras buscamos junto a él ese último capítulo y hacemos un recuento de quienes van apareciendo en su periplo.
     Coover establece una suerte de paralelismo entre una ciudad que afirma está en decadencia, y su protagonista, en claras horas bajas, con una entrada a su destino en desgracia y, por si eso fuera poco, una salud deteriorada que parece amenazar con la mayor de las desgracias. Y si miramos por ahí, justo debajo del cinismo y la sorpresa que provocan las palabras de Coover, un autor que a ratos se refugia en una prosa elaborada, se encuentra el retrato de la soledad y la enfermedad, de la decadencia de lo clásico cuando se ve enfrentado al estafador mundo moderno que parece arrinconar el pasado. Y si miramos un poquito más aún, descubriremos una voz honesta que nos lleva de la mano caminando hacia un final en el que Coover se guarda un as en la manga, como un fin de juego acelerado con un simbolismo que no puedo desvelar pero que me hizo ver tanto la presente obra, como la fábula original, bajo un prisma diferente. El Pinocho de Coover se ha redimido, ha obedecido las órdenes, pero pronto descubrimos que tampoco ha cambiado tanto, que su ira sigue ahí, al igual que el Zorro y el Gato que lo acechan sin usar sus viejos nombres, como si Coover nos dijera: "busca, lector".
     Me he prometido no usar la palabra posmodernismo en esta entrada ni una sola vez y, salvo ahora al mentar el término, parece que lo estoy consiguiendo. No me gustan las etiquetas que a muchos les parecen complejas o disuasorias y que tienden a esconder obras divertidas con las que se disfruta de lo narrado y de la forma elegida para hacerlo. Hoy podría decir que traigo una fábula para adultos, y no hablar de la angustia de la búsqueda, o podría hablar de hadas y ángeles y madres que dan la vida. Pero esa parte no me corresponde a mi, a fin de cuentas, es la tarea del protagonista encontrar el final a su gran obra. Así que me limitaré a decir que ha sido una gran lectura: divertida, cruel, satírica, hermosa, angustiosa, de reencuentros, alegrías, decepciones y de viejas aventuras en las que he recorrido plazas, puentes, viejos palacios, calles estrechas y más puentes, (no olvidemos que "hay ciudades en las que para avanzar, hay que ir en círculo") y todo ello de la mano de Coover, con sentimientos encontrados, zapatos mojados, pantalones arriba o abajo, con el frío en los huesos y la seguridad de tener la sonrisa de quien está disfrutando con un libro. Un libro que tiene, además, una preciosa edición.
     Por si no ha quedado claro: acercáos a Coover.

     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?

     Gracias

   

jueves, 10 de diciembre de 2015

Pessoa, gafas y pajarita. Jesús Marchamalo


     "Era fácil verlo caminar por La Baixa, paso resuelto, airoso, diríase marcial bajo la gabardina, como una estatua premonitoria de si mismo. Vestía traje oscuro, sombrero, gafas y pajarita, mal anudada, hacia como un pájaro muerto sobre el cuello de la camisa de un blanco nuclear, y un bigotito isósceles, ralo y rojizo, que parecía teñido de azafrán, como sise le hubiera oxidado lentamente y precisara de una mano de minio."

     De todas las etiquetas que se le pueden poner a un libro, hay una no escrita que es la que más me gusta, es esa que dice joya o capricho, la que no da un motivo directo pero que todos comprendemos. Ese término que te viene a la mente el primer día que ves un título sabiendo que ya está sentenciado a ocupar un hueco en los estantes de tu casa. Eso me sucedió con el libro que hoy traigo a mi estantería virtual. Se trata de Pessoaa, gafas y pajarita.

     En un pequeño formato, con textura algo gruesa (descripción que nos sacará una sonrisa cuando lo leamos), apenas y puñado de páginas y unas ilustraciones fantásticas de Antonio Santos, llega el último libro de Jesús Marchamalo. Un libro sobre Fernando Pessoa en el momento en que se recuerda el 80 aniversario de la muerte de un hombre que es todo un mito en Portugal. Marchamalo nos deja un homenaje con un tono rondando lo poético, casi la canción infantil, en un texto que hila anécdotas sobre cartas de amor en tonos infantiles y trabajos publicitarios. Nos habla de la soledad y el alcohol, marcas y sello del autor, y con un ritmo alegre deja el regusto triste de una vida que muchos ya conocemos por otras obras leídas. Se posiciona sin reparo alguno del lado de la admiración, con esas descripciones parcas en palabras, como la que da comienzo al libro y os he trasncrito, que no requieren de muchos adjetivos para dibujar el respeto que se le intuye a lo largo de este pequeño libro, casi monólogo. Y si no llega a ser monólogo, pese a que en su lectura lo puede parecer, es por ese diálogo existente entre ilustrador y escritor. Ese contrapunto de dibujo remarcado, destacando el negro sobre el azul de la cubierta, y que mantiene un estilo a lo largo de la obra de sencillez a media sonrisa.

     Pessoa, gafas y pajarita es un libro que me gustaría haber escrito a mi, o a ti si te animas a leerlo. Tal vez no sobre Pessoa, sino sobre otro escritor que admiremos (y que puede ser perfectamente Marchamalo tras haberlo escuchado hablar sobre literatura) y del que, cuando alguien nos pregunte, nos  hubiera gustado tener el don de la palabra para expresarnos tan bien sin caer en el elogio. Una joyita, un capricho, un homenaje perfecto hacia un escritor que guardaba sus papeles en un, hoy ya famoso, baúl.

     Y vosotros, ¿cuál fue el último título del que os encaprichásteis?

     Gracias

miércoles, 9 de diciembre de 2015

El puñal. Jorge Fernández Díaz



     "Aquel sábado fue un día realmente duro: después de haber acribillado a cinco o seis en la retirada, un francotirador inglés con una mira infrarroja me paró en seco y me abrió un buraco en la barriga. Fue en el combate de Monte Longdon. Y cuando desperté estaba todo remendado en una tienda de campaña: nos habíamos rendido. Al volver me dieron tres medallas y me encerraron en una sala psiquiátrica del Hospital Militar."

      Es muy difícil no fijarse en esa mirada que parece taladrar, y que ilustra la cubierta de este libro. Cuando pasas por delante, en cualquier librería, se van los ojos a esa mujer de oscurísima mirada y labios rojos. Y, al final, bajo esa atracción, el libro suele terminar en casa. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, El puñal.

     Conocemos a Remil, un excombatiente de Malvinas que trabaja para una agencia secreta. Su último encargo consistirá en vigilar a una abogada española que acabará por obsesionarle. Una mujer que parece llegar con intención de buscar empresas para trabajar con vinos, pero cuyas intenciones distan mucho de quedarse ahí.

     Lo primero que llama la atención de El Puñal es el narrador. La historia que nos cuenta el propio Remil, tiene mucho de espontánea cuando en realidad nos relata un mundo oscuro y violento. Una historia dura que habla de política y de amor: de poder. Una relación nada sana y llena de pasión y un mundo plagado de corrupción son los dos pilares en los que se apoya esta historia; pilares que no flaquean y que no conceden tregua alguna al ser humano. al menos no en el Argentina que nos dibuja el autor. Dos protagonistas que no buscan ni van a redimirse, y una ambientación bárbara en la que los argentinismos no suponen un escollo para avanzar son el resto de los ingredientes de esta historia en la que si alguien puede ser corrupto, lo es. Sin treguas ni concesiones.
 En un momento en el que las novelas de narcos parecen estar de moda, el autor salta de las calles y esferas medias a aquellas que son realmente altas para mostrar la parte más oscura de aquéllos que ostentan el poder. Un poder podrido que no tiene ningún reparo en mostrar en una historia que, a ratos, nos suena demasiado por haber leído algo aquí y allá en páginas de noticias. Tal vez sea eso o el tono descarnado que utiliza el narrador, lo que hace que la novela destile realismo por los cuatro costados. Y precisamentente por eso, no tardamos mucho en darnos cuenta de que estamos ante una novela genial. A medida que avanzamos entramos en una historia que no da tregua a un lector que avanza por esa trascienda negra negrísima que dibuja Jorge Fernández Díaz. Una oscuridad que no queda redimida por el amor, porque no es ese tipo de amor el que presenta. La atracción entre Remil y Nuria no podía ser de ese tipo, son dos personajes rudos, curtidos cada uno a su modo; él a golpes, ella en esa otra vida un par de escalones más arriba. Si juntas a ambos... la crueldad y los instintos no pueden tardar en aflorar.

     Dice el autor, y él es periodista, que un periodista solo puede publicar un 10% de lo que sabe. Y si uno coge este libro conociendo esa afirmación, es precisamente cuando lo negro se torna casi estremecedor, porque esa realidad que intuímos se dibuja, y esos personajes que hemos mirado y encontrado en sus páginas empiezan a dibujar sus caras con otros rostros o nombres.

     Una historia francamente buena que ha resultado todo un descubrimiento. Narcopolítica a golpe de letra en una novela que me ha durado apenas un par de tardes. Tened en cuenta este título.

     Y vosotros, ¿cuál ha sido vuestra lectura durante el Puente de la Constitución?

     Gracias

     PD. No olvidéis esta vez leer los agradecimientos, con anécdota sobreactuada incluída.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Carta literaria a los Reyes Magos



     Queridos Reyes Magos:

     Ya sé que es pronto, que falta aún un mes y todas esas cosas, pero luego que si correos tarda, que si había mucho trabajo... y todos sabemos lo que pasa con estas cosas. Este año no voy a hacer una lista interminable diciendo lo que quiero, no: este año voy a decir lo que no quiero.

     No quiero que me traigáis libros. Ni uno. Ni siquiera si es pequeñito. No. No los quiero. No quiero tener la oportunidad de soñar, de divertirme o emocionarme, y en el peor de los casos disfrutar o incluso peor. ¡Aprender!
     Los libros son una auténtica fuente de problemas. Para empezar pesan, y llenan los estantes haciendo parecer que en esta casa vive alguien con inquietudes intelectuales que, a lo mejor ¡horror! no disfruta viento el último reality de moda. Y eso solo al primer vistazo... Los libros cogen polvo, y una habitación llena de libros huele... pues eso, a libros. Y es un olor característico e irrepetible que se te mete debajo de la piel como un virus y acabas por enfermar y pensar que es el mejor olor del mundo, y entonces no aprecias el frasco de perfume igual, porque no te despierta las mismas sensaciones. Conclusión: disfruto menos de otros regalos cuando tengo un libro. De hecho, cuando alguien me regala un libro de esos que realmente quiero, es más que posible que haga poco caso al resto... del universo.
Además cuando abro un libro, me despisto del mundo que me rodea: no pienso en política ni elecciones o fútbol, ni tampoco en los problemas laborales. Esas preocupaciones que nos hacen adultos responsables desaparecen, y me convierten en una suerte de espíritu capaz de traspasar fronteras entre mundos imposibles que me creo a pies juntillas durante unas horas. ¿Qué tiene eso de adulto responsable? Ninguno en su sano juicio cerraría un libro con la mirada empañada pensando que acaba de despedirse de una historia maravillosa, que no ha de ser necesariamente trágica para que nos entristezca el final. No, no... las despedidas son en la estación o el aeropuerto, y no entre páginas de papel salvo que sea por carta. En cambio yo, con un libro las he sufrido en los epílogos, o incluso en el anteúltimo capítulo ya me iba anticipando al pesar de la pérdida. O me han hecho reír. A veces, presa de un libro, he sonreído o incluso reído en los lugares más inapropiados, como el dichoso Portnoy que me hizo reír en una sala de espera atestada de gente, en uno de los lugares más terroríficos del mundo: la consulta de un dentista.
     Los libros, queridos Reyes Magos, me han hecho perder la compostura al quedarme en el coche diez minutos por terminar un capítulo ante la atenta y atónita mirada de mis acompañantes, me han dejado sin la hora de la comida o del café, porque me he sentado a leer y he olvidado que el tiempo, ahí fuera de mi mundo soñado, sigue transcurriendo a una velocidad diferente a la que yo percibo. Porque cuando abro un libro, se para el mundo.... solo que el mundo no se ha enterado de que debería de pararse.
     Traedme unos guantes o unos zapatos que me sirvan para ir por la calle caliente y sin correr riesgos. que llevo años usando mitones para poder pasar las páginas de mis lecturas cuando camino, y he vivido no pocos percances con charcos, bancos, escaleras y farolas. aunque afortunadamente sin dramáticas circunstancias. Bueno, sí... una: me hicieron darme cuenta de que era mayor, en mi último tropiezo nadie se reía, pero se preocuparon... la edad, supongo. Y luego están las veces en que no te pones en peligro tú, pero puedes ser responsable de que sufra un esguiince cervical la persona que tienes sentada delante en el transporte público, o que quien llevas justo detrás padezca vista cansada a costa de escrutar lo que vas leyendo. Encima eso, ir lesionando a gente... o escandalizándola, dependiendo del título que lleve en ese momento, nunca se sabe.También podéis traerme uno de esos aparatitos que ya te dan todo hecho apenas tocando un par de botones, y que te pueden durar días y días... ah no, eso no, que luego las baterías consideran que "larga duración" son apenas unas horas, cuando para mí ese concepto es el tiempo que se tarda uno en leer Guerra y Paz. Y hasta el momento no hay litio que lo soporte, sea la marca que sea la que aparece escrita en el aparatito.

     Pero si decidís no hacerme caso, y no escuchar mis razones, y traaerme algún libro. Si decidís que no os importan mis motivos, y miráis bien dentro y sabéis aquello que realmente deseo. Entonces... entonces serán bienvenidos.

     Y vosotros, ¿pedís libros por Navidad?

     Gracias

viernes, 4 de diciembre de 2015

La pequeña comunista que no sonreía nunca. Lola Lafón


     "Cuántos años tiene, pregunta la juez principal, incrédula al entrenador. El número, catorce, le provoca un estremecimiento. Lo que la pequeña acaba de hacer manda a freír espárragos cualquier concatenación de cifras, palabras e imágenes. Ya no se trata de lo que podemos comprender. Nadie sabría explicar lo que acaba de ocurrir. La niña se echa la gravedad por encima del hombro, su cuerpo frágil se hace un lugar en la atmósfera para acurrucarse en él."

     Creo que me llamó la atención desde el primer momento. No necesitaba conocer el nombre de la protagonista para saber de quién se trataba. Lo sabía de sobre y por eso quería leer esta novela. Hoy traigo a mi estantería virtual, La pequeña comunista que no sonreía nunca.


     En esta novela, a partir de prensa y de hechos comprobados, la autora reconstruye la vida de la gimnasta Nadia Comaneci, niña prodigio que en julio de 1976 consiguió que los jueces pusieran un diez cuando ni los marcadores aceptaban una nota tan perfecta. Lola Lafón hace un seguimiento, con correspondencia imaginaria con la protagonista como apoyo, que finaliza una vez que la niña prodigio se esfuma bajo el peso de la adolescencia, mostrando la incredulidad del mundo ante las nuevas formas de la gimnasta.

     La novela abre con un primer capítulo que sitúa perfectamente a los lectores, vivieran o no aquel momento. Una jovencísima gimnasta finaliza su prueba en los Juegos Olímpicos y ve como salen las notas. Un uno, y cae la desolación hasta que el juez se pone en pie y abre sus manos señalando que su nota no es un uno, es un diez. El público enloquece antes este comienzo de puntuación, y no será además el único juez que se decante por esa nota que parece imposible mientras la niña Nadia empieza a entender que ha logrado la nota imposible. Nace el mito.
     NadiaNadia es el modelo ideal. Una niña que vive para esa perfección, no para ganar o superar una nota, vive para ser perfecta. Una niña que es despojada de su niñez, expuesta y a la que se la exige una y otra vez que no sea humana en entrenamientos que sobrepasan los límites de lo razonable. Si ahora hay un culto al cuerpo, en el libro vemos una tiranía para con él. Y exporta esta vida sacrificada para ampliar la visión contándonos la importancia que tuvo para el régimen, y también el trato que obtuvo en la prensa en occidente. No olvidemos que la gimnasia, o el deporte en general, es un mundo efímero. Y, como señala la propia autora en varias entrevistas, cuando la gimnasta disputó sus segundas Olimpiadas contaba con 18 años, y los titulares decían cosas como: "La niña se transformó en mujer. Veredicto: la magia se acabó." Y serían precisamente este tipo de titulares en los que Nadia era juzgada por su cuerpo, por ser humana y crecer hacia la edad adulta, lo que impulsó a la autora a embarcarse en esta novela. Una novela que da un reflejo perfecto de la historia más cercana, que además seguro que es en muchos puntos aplicable a alguna de esas pequeñas que vemos doblarse sobre una barra os altar en colchonetas cada cuatro años. En este caso le pone un nombre, Comaneci, y la sitúa bajo el régimen de un Ceausescu que vio en ella el perfecto icono, y lo compara con un capitalismo que hizo exactamente igual. Solo que cada régimen a su manera.

Imágenes: Diario Marca online
     Nadia se convierte en un icono del comunismo, de la perfección, en un país en el que los niños parecen ser lo más importante: pueden ser formados para el futuro. Y si los niños son el futuro, esta niña es el modelo perfecto del perfecto niño.
     Aporta por tanto una visión francamente interesante de la vida de una mujer que acabó saliendo de su país hacia una tierra de nadie en un mundo que una vez la había adorado y que hoy no la recuerda. Posiblemente la mayor parte de los que leáis esta reseña, deberíais de acudir a google para ponerle cara a este nombre y, en el caso de hacerlo, descubriréis a una mujer adulta que bien puede ser una actriz de esas casi famosas que se nos confunden en el tumulto de series y películas que vemos a lo largo de nuestra vida.

     Un libro muy recomendable, una visión que no busca demonizar el deporte, pero que deja una muestra de cómo es utilizado por marcas e incluso por países para pasear banderas o ideales políticos. Y también la dura vida que hay detrás de quienes practican estos deportes y sobresalen en ellos. y todo lo ello lo hace sin demonizar a una protagonista que, en la propia historia, explica que ella no se sentía manipulada ni obligada por su "trabajo", ni la resultaba sorprendente o llamativo lo que hacía. Y lo hace con una voz tan solvente que nos vemos obligados a recordarnos que estamos ante una novela, que es ficción.
     Es curioso como todos hemos oído pronunciar alguna vez las palabras "niño prodigio" y no hemos pensado más que en la segunda palabra, sin tener en cuenta que, ante todo, son lo primero. Y en cambio vivimos en una sociedad que se ha encargado de robar la infancia a casi todos, solo tenemos que pensar en aquel niño rubio de Solo en casa, o en tantos otros de los que ni siquiera recordamos el nombre.... Así es esta sociedad: de consumo en más de un sentido. Y esta novela invita a la reflexión sobre lo que estamos haciendo.

     Y vosotros, ¿ya tenéis decidido el libro que os va a acompañar durante este puente?

     Gracias

jueves, 3 de diciembre de 2015

La Bestia. Anders Roslund y Börge Hellström


     "No debería haberlo hecho.
     Vienen hacia aquí. Ya han llegado.
     Descienden por la cuesta, pasan por delante de la barra de ejercicios. Ahora están a veinte metros de distancia, quizá a treinta. Han llegado hasta las plantas de pétalos rojos. Son idénticas a las plantas de la unidad de seguridad de Säter, las que están cerca de la puerta principal. Suponía que eran rosas o algo así.
     Él no debería haberlo hecho."

     Me regalaron este libro hace ya un tiempo y he tardado en decidirme a leerlo. La temática se me antojaba dura, pero sabía la buena fama y acogida que tuvo así que al final, le llegó el turno. Hoy traigo a mi estantería virtual, La Bestia.

     A veces no hay forma de describir los hechos de otras personas, mentes enfermas, que decir que son bestialidades. Eso es justo lo que hace un terrible asesino con dos niñas pequeñas, que aparecen en un sótano tras haber sufrido todas las torturas imaginables, y alguna que no llegamos a imaginar. Por suerte, el autor está en prisión... hasta que escapa. La alarma social se enciende y otra niña aparece violada y asesinada, para desesperación de un padre que parece optar por creer en su propia justicia ante un hecho así.

     La pederastia es un tema durísimo, qué duda cabe. Pero los delitos sexuales existen y se producen a víctimas de todas las edades. De hecho, los autores de esta novela dan unas cifras impresionantes sobre este tema en su país y en la forma de tratar a los condenados por dichos delitos, procurando mantenerlos alejados del resto de los presos por miedo a las represalias que puedan tomar contra ellos. Porque no sólo habla de los delitos, sino también, y sobre todo, de las reacciones sociales ante ellos. Desde el juez al médico pasando por el carcelero, el vecino, el psiquiatra o el padre de la víctima es una novela en la que se suceden las reacciones de una sociedad frente a un tipo de delitos hasta focalizarlo en el asesino del que trata la trama. Y, por encima de todo, y es ahí donde sobresale con creces la historia, es una novela que implica al lector. No sólo por un interés genuino en la trama, sino por las reacciones que es capaz de provocarle al respecto. Es cierto que elige un tema escabroso, pero también que las cuestiones que llega a plantearse uno durante su lectura trascienden incluso la trama en sí.
     Un primer capítulo brutal, y una primera parte que nos va presentando vidas, personajes y sucesos, son la forma que tienen de abrir boca estos autores para dejarnos una estupenda novela que se acelera en la segunda parte ahogándonos con lo que nos relata. De lo difuso a lo concreto, nos centramos en el padre de esta última niña para empezar a movernos y posicionarnos  mientras asistimos a uno de esos casos que trascienden a la sociedad calando fuertemente en ella. Descripciones precisas, incluso de aquello que tal vez no nos hubiera gustado saber, procura mantenerse siempre dentro del buen gusto y no resultar agresiva en sus partes más delicadas. De hecho, a medida que avanzamos en la novela, los silencios toman casi la misma fuerza que los hechos que nos iban describiendo en la primera parte.

     Pareciera que me he desviado del argumento, pero ese es justamente el mérito del libro. Nos presenta a la bestia, nos enseña lo que hace, la enjaula y luego escapa repitiendo aquello que la da el nombre. Y ahora... empecemos a rodar. Dejemos que nos espoleen y hagan salir nuestros instintos más razonados, y alguno que tal vez no lo sea tanto y pongámonos en el lugar de.... en todos los lugares. En todos los de una sociedad como la nuestra, en la que siguen sucediendo este tipo de cosas. Y hablamos de víctimas, verdugos, desencadenantes y justificaciones. Porque leer esta novela es justo eso.

     La Bestia ha resultado un gran libro capaz de hacer algo complicado, traspasar la barrera de la opinión hasta la de las convicciones. Pocas veces un lector se involucra tanto como con este libro. Buscaré más de esta pareja.

     Y vosotros, ¿recordáis cuál fue el último libro que no os dejó precisamente indiferentes?

     Gracias

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Estación Once. Emily St. John Mandel



     "El rey estaba de pie en un círculo de luz azul, algo inestable. Era el acto cuarto de el rey Lear, una noche de invierno en el Elgin Theatre de Toronto, Esa misma noche, un poco antes, tres niñas, versiones infantiles de las hijas de Lear, habían representado un juego de palmas en el escenario mientras la audiencia iba entrando, y en ese momento volvían en forma de alucinaciones en la escena de la locura. El rey trastabilló e intentó atraparlas mientras ellas revoloteaban de acá para allá entre las combras. El actor que hacía de rey se llamaba Arthur Leander. Tenía cincuenta y un años y llevaba una corona de flores en el pelo."

     Hay libros que se esperan con ganas, esos que cuando uno se entera de su publicación empieza a mirar fechas para poder traérnoslos a casa. Eso me sucedió con el libro que hoy traigo a mi estantería virtual. Se trata de Estación Once.

     Cuando durante una representación de El Rey Lear, uno famoso actor sufre un infarto nadie del teatro se espera que ese sea además el momento en que el mundo cambia. Como si de una señal se tratara, en ese comento comienza a ser patente que una variedad de gripe llamada la Gripe de Georgia, se está extendiendo hasta pasar de epidemia a pandemia. Una enfermedad que acaba con los enfermos en dos o tres días y cuyos síntomas se manifiestan con una rapidez pasmosa. Una enfermedad que diezmó a la población mundial, dejando pequeños grupos de personas aislados y repartidos por el mundo, que acabó con aquellos que dirigían el mundo, y también con quienes se encargaban de que hubiera electricidad, combustibles o medicinas. Una enfermedad que produjo un mundo que decidió volver a contar los días y los años a partir de esa fecha. Un mundo en el que muchos no recordaban lo que era una televisión encendida y otros, que lo recordaban, casi preferirían no hacerlo. Y otros tantos que jamás lo han conocido. En ese mundo postapocalíptico que transcurre dos décadas después, conocemos a la Sinfonía Viajera, un grupo itinerante que va de asentamiento en asentamiento representando aquella última obra, El Rey Lear. Un mundo en el que Sobrevivir no es suficiente.

     Con un primer capítulo absolutamente impresionante en el que sucede la práctica totalidad de lo que os he contado, Estación Once parte con una potencia que no recuerdo haber encontrado en un libro hace mucho tiempo. En este pequeño puñado de páginas asistimos al teatro, a la muerte del actor y conocemos a los testigos y a quienes intentan socorrerlo, seguimos la estela de esta muerte y para cuando la autora decide dejarnos parar a respirar, ha llegado ya la Gripe y el mundo cambia. En ese momento levantas la vista del libro y no puedes evitar pensar: "Dios mío, muchos hubieran escrito un libro entero con lo que sucede en este capítulo. Y ahora, ¿qué?" Pues ahora empieza lo bueno. Porque es cuando el libro se despliega y comienza contar lo que sucede en la supuesta actualidad muchos años después de ese momento. Conocemos a los miembros de una itinerante Sinfonía Viajera y también sus historias y experiencias, bien como supervivientes o como nuevas generaciones. La autora hace un despliegue literario que consistirá en montar un enorme puzzle ante el lector en el que cada pieza está en el engranaje perfecto. Y lo hará con saltos constantes en el tiempo, del momento cero, al actual pasando por algunos puntos intermedios y siempre con algunos nombres de referencia involucrados en cada fragmento de la historia para que el lector jamás se pierda. Sé que suena complicado, pero lo consigue con creces y al final llegamos al momento actual con una clara idea de todo lo sucedido en el camino. Un camino que se aleja de esas distopías postapocalípticas que parecen proliferar en los estantes libreros. Esta historia de actores itinerantes nada tiene que ver con ellas. Olvidáos. "Sobrevivir no es suficiente", reza el primer vehículo de la caravana... y no tardamos mucho en comprender lo acertado de la frase, lo adecuado, lo perfecto.

     Emily además se asienta en un realismo nada real, ya que, como dice la frase "da igual donde pongas los pies, pero ponlos bien" y eso es justo lo que hace ella. Va razonando cada punto desde una lógica casi pragmática que dota de un realismo a la novela que parece no exigir actos de fe a un lector que no puede dudar en ningún momento de lo ficticio de la historia. Y sin embargo, a ratos, lo olvidamos, nos encontramos razonando exactamente igual que sus protagonistas. Y también buscando conexiones, porque si algo me ha sorprendido por encima de todo lo anterior, es el grandísimo trabajo que ha tenido que suponer atar cabo a cabo sin dejar uno solo suelto. Y es que os advierto: en Estación Once no sucede nada por azar. Cada calle, cada persona, cada gesto, cada página y cada letra, están ahí puestas con un motivo. Y el lector está ahí para ir buscando y recogiendo las conexiones que nos permiten adentrarnos en un libro pensado para ser disfrutado.

     No puedo dejar de recomendar su lectura, sin importar esta vez demasiado si sois o no aficionados a este tipo de ficción. Es una historia muy bien contada. Con unos personajes espléndidos, tanto los de primera línea como aquellos que apenas aparecen.

     Y vosotros, ¿sois aficionados a las distopías?

     Gracias